“A veces la
vida parece un sueño.
Especialmente cuando miro hacia abajo
y veo que olvidé
ponerme pantalones”
Jack Handy
Jack Handy
Años
atrás hice un viaje por Sudamérica con mi amigo Matt, donde desdibujé felizmente
la raya que vincula mis posaderas, durante nueve mil kilómetros de desiertos,
montañas, selvas, playas y ciudades. Fue una hermosa travesía: reí en exceso,
conocí gente encantadora y parajes desconocidos. Me encontré con culturas novedosas,
viví experiencias bellas, terroríficas, nuevas y, obviamente, crecí.
Hasta
ahí, nada novedoso en un tipo de viaje poco exótico por estos lares, gracias a
lo relativamente accesible del precio y las distancias, y la coincidencia en un
idioma que parece ser el mismo, pero que los acentos, dialectos y modismos
hacen diverso y entretenido. Un viaje del que solo escucharían con atención
familiares y amigos cercanos, forzados por la letra chica de ese contrato social
nominado “ser un ser querido”.
Tal
vez el único detalle de color a mencionar en este recorrido sea una pequeña
particularidad de mi amigo. Sin importancia, pero llamativa. Peculiar para
algunos, generadora de arcadas para otros.
Matt
usó el mismo pantalón el 99% del tiempo que duró el viaje.
El
viaje duró tres meses.