Como
cualquier chico, Tomi tuvo su etapa de enloquecer a sus padres con preguntas.
Su curiosidad jamás tenía límite, “¿por qué?” no era una consulta, sino una
duda existencial infinitamente repetible; y sus consultas se transformaban en
interrogatorios interminables.
¿Pá, que número de Playstation había cuando
eras chico? ¿Por qué el fuego quema? ¿Si lo vuelvo a tocar, vamos a tener que
ir al hospital otra vez? ¿Qué están haciendo esos dos perros? ¿Quién es “el
gitano” que la abuela dice le movía el piso? ¿La hacía caer? ¿El abuelo no la
defendía?
Tomi tenía
muchos interrogantes, pero una sola preocupación: Papá Noel.