Lo encontraron en la jungla, entre ejemplares de su misma especie. Si bien físicamente era igual al resto de los monos, inmediatamente llamó la atención de los investigadores. Mientras sus pares se sacaban y comían los piojos los unos a los otros, o recibían a los investigadores con una cálida bienvenida de chillidos y lanzamiento de excremento, éste espécimen había hecho fuego con unas ramas secas y luego de calentar agua en una piedra en forma de pequeña pileta, le agregó una mezcla de distintas hierbas y se la tomó muy calmado, mientras observaba a sus compañeros con una mezcla en la mirada de disgusto y vergüenza ajena.
“¿Está… está tomando té?”, preguntó, maravillado, uno de los investigadores.
Originalmente estaban allí para estudiar el comportamiento del perezoso. Querían observar si podían captar algo que valiera la pena de ese inerte animal y como hacía para que no se lo coma nadie, así, lento y falto de recursos como es. Pero el descubrimiento del particular simio los impresionó y los hizo abandonar el propósito inicial. Lo estudiaron por un rato y, como buenos hombres de ciencia, decidieron que debían arrancarlo de su hábitat natural y hacerle una serie indefinida y estresante de pruebas para aprender más sobre su comportamiento.
“¿Está… está tomando té?”, preguntó, maravillado, uno de los investigadores.
Originalmente estaban allí para estudiar el comportamiento del perezoso. Querían observar si podían captar algo que valiera la pena de ese inerte animal y como hacía para que no se lo coma nadie, así, lento y falto de recursos como es. Pero el descubrimiento del particular simio los impresionó y los hizo abandonar el propósito inicial. Lo estudiaron por un rato y, como buenos hombres de ciencia, decidieron que debían arrancarlo de su hábitat natural y hacerle una serie indefinida y estresante de pruebas para aprender más sobre su comportamiento.