Cuando trascendió que el alcalde del enorme estado selvático
arreglaría con una multinacional para construir una torre de telefonía celular
en el medio del monte, el rechazo entre los habitantes fue absoluto. Los
descendientes de los pobladores originarios eran temerosos a los cambios y
preferían seguir viviendo en la precariedad de la agricultura, la pesca y el
turismo agreste. Acercándose las elecciones, el político priorizó cuatro años
más de mandato a ganar un poco de dinero y la torre jamás se construyó.
Marina no
tenía idea de nada de esto. Solo podía hacer fuerzas para no desmayarse,
mientras miraba desesperada como su celular ignoraba, impasible, la consulta
sobre la serpiente, y trataba de callar al guía que arrodillado frente a ella
le aseguraba, en un español quebrado, que probablemente no fuera nada grave.