Los
ojos se agrandan; las pupilas, dilatadas, tratan de abarcar la escena. Se
yergue y apoya firmemente los pies, los muslos tensos, listos. Deja de respirar
por un momento. Aun ateo recalcitrante, ruega a un ser superior que guie al caudillo
a la verdad.
Ve
magia salir del pie, de la cabeza, aun de las manos prohibidas y furtivas. La
ve viajar con rumbo a la exaltación. El capricho peregrina en cámara lenta, elude
al cancerbero y se aloja en la meta, donde descansa, indiferente de la reacción
que acaba de desencadenar.
El
cerebro hace cortocircuito, sobrepasado de estímulo. Los ojos ven al guerrero
transformarse en mesías y guiar a sus compañeros al abrazo. El salto lo acerca
donde debe dar gracias. Los pulmones se llenan de aire, que explota
transformando el viento victorioso en clímax vibrante; en un grito que exorciza
el mal del mundo. Las lágrimas amenazan con escaparse, delatando el amor más
tierno debajo de esa furia bestial.
Gol.
La
tensión se transforma en éxtasis y la batalla en justicia. Los colores son más
hermosos que nunca. El honor del blasón está a salvo.
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