viernes, 31 de julio de 2015

Qué ridículo gritar: "¡Meta!"

Los ojos se agrandan; las pupilas, dilatadas, tratan de abarcar la escena. Se yergue y apoya firmemente los pies, los muslos tensos, listos. Deja de respirar por un momento. Aun ateo recalcitrante, ruega a un ser superior que guie al caudillo a la verdad.
Ve magia salir del pie, de la cabeza, aun de las manos prohibidas y furtivas. La ve viajar con rumbo a la exaltación. El capricho peregrina en cámara lenta, elude al cancerbero y se aloja en la meta, donde descansa, indiferente de la reacción que acaba de desencadenar.
El cerebro hace cortocircuito, sobrepasado de estímulo. Los ojos ven al guerrero transformarse en mesías y guiar a sus compañeros al abrazo. El salto lo acerca donde debe dar gracias. Los pulmones se llenan de aire, que explota transformando el viento victorioso en clímax vibrante; en un grito que exorciza el mal del mundo. Las lágrimas amenazan con escaparse, delatando el amor más tierno debajo de esa furia bestial.
Gol.
La tensión se transforma en éxtasis y la batalla en justicia. Los colores son más hermosos que nunca. El honor del blasón está a salvo.

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