Debo haberle
parecido una loca, ¿no? Déjeme que termine de servirme el café y le explico. Ahí
está. A ver, recuerdo que fue un día de verano cualquiera. Ni mi cumpleaños,
que es en agosto; ni navidad, que ya había pasado. Halloween ni se festejaba y
había sido hacía meses, así que tampoco venía por ahí la mano. Simplemente
llegó, me dio un beso, un abrazo lleno de olor a perfume y me dio el paquete.
¿Qué había en el paquete? ¡Un disfraz de pirata!
Yo tenía
ocho años. Usaba vestidos rosas y había aprendido a hacerme una trenza que
llevaba todos los días a la escuela para envidia de mis compañeras. En la tele
solo veía princesas, duendecitos y osos cariñosos; y me la pasaba dibujando
arcoíris, cielos soleados, unicornios… todas esas pavadas. Era una chica común
y corriente, pero algo me hacía ruido de toda esa movida. La abuela Zulma lo
notó, y lo tuvo en cuenta a la hora de comprar el disfraz. Al menos, es lo que
me gusta creer.
Tengo una
foto de esa época en la billetera, ¿ve? Vestidito rosa y toda la bola, pero con
el disfraz encima. Mire mi cara de felicidad. ¡Amaba ese disfraz! Apenas me
levantaba me ponía el parche, el pañuelo, y vivía aventuras hasta la hora de
acostarme. Cada vez que la abuela venía a visitarnos, me encontraba debajo de
una montaña de tierra, feliz en mi mundo de fantasía. Decía que no me podía ver
por lo sucia que estaba, pero que se guiaba por mi sonrisa. Que vieja divina.
¿En que
estaba? Ah, sí, ahí terminé dándome cuenta que era lo que no me cerraba. Las princesas
solo esperan el final feliz. Duermen en torres, o limpian para una malvada
madrastra, y mientras esperan una vida mejor. Esperando, siempre esperando. La
única forma de zafar para ellas es ser rescatadas y casarse con un noble. Todo
muy… pasivo, ¿vio? Eso no me gusta. Mi vieja es pasiva. Las princesas viven una
existencia de porquería durante todo el cuento, y recién al final terminan
“felices para siempre”. ¡Y ahí se acaba el cuento! La parte agradable ni te la cuentan.
¿Qué clase de farsa es esa? Muy religión todo. Onda, “pasá tu vida entera
sufriendo, que al final hay recompensa”. ¿Y si no hay? ¿O no hay para todos? Mmm,
creo que no es el mejor momento para hablar de eso.
En cambio, los
piratas conocen el mundo, tienen fiestas, encuentran tesoros. Van tras lo que creen
que es suyo, y lo consiguen o mueren en el intento. Se lo roban, es verdad,
pero en esa época el tema ético lo tenía poco afinado. Ellos no esperan el
final feliz, salen a buscarlo. Y creo que eso es lo que me salvó. Viviendo en mi
casa, lo peor que podría haber hecho era quedarme sentada de brazos cruzados
esperando que las cosas mejoraran solas.
Por un
momento me dio miedo que mi vieja no me dejara usarlo, que lo considerara
varonil o algo parecido, pero al día de hoy dudo si me lo vio puesto alguna vez.
Para esa época mi viejo ya no estaba, y
ella no me daba mucha bola. Varios días, mientras corría por la casa blandiendo
el sable, abordando el sillón o haciendo caminar al gato por la plancha, bah,
la tabla de la plancha, escuchaba que la abuela Zulma le hablaba a mi vieja. Le
preguntaba como andaba todo, le ofrecía plata; o cuidarme, así ella podía salir
a buscar laburo. Mi vieja por lo general leía una revista mientras duraba la
charla, y sobre el final, cordial pero ausente, rechazaba los ofrecimientos.
Creo que fue
para esa época que empecé a darme cuenta cómo eran realmente las cosas en casa.
Cuando dejé de culpar a mi vieja. Cuando noté que la separación… bah, el
abandono la dejó así. Si le tengo que ser sincera, no recuerdo como era antes;
pero me gusta imaginarla dulce y atenta hasta que mi viejo se fue. El tipo se
tomó el palo, ¿entiende? Desapareció. Ni con la abuela hablaba. O eso es lo que
ella decía. También supongo que mamá no se llevaba del todo bien con la abuela
Zulma no porque era la madre de mi viejo, sino porque su cariño para conmigo le
recordaba cómo era ella antes. Si no la hubiese querido, no estaría acá hoy,
¿no?
Bueno, aquel
verano terminó, el tiempo pasó, y dejé el disfraz en un armario. Me tocó crecer.
Medio a la fuerza. Aunque por mucho tiempo, cada vez que me sentía medio triste,
trataba de acordarme lo poderosa que me sentía en esos momentos. Obvio que no
iba a ir a una reunión de laburo, o a firmar los papeles de mi divorcio,
vestida de corsario, pero el espíritu estaba presente, y eso ayudaba.
Entonces
hoy, cuando pasé a buscar a mamá para venir, mientras esperaba que estuviera
lista, se me ocurrió revisar ese armario. Encontré el disfraz debajo de una
montaña de polvo que debía tener la misma edad que mi partida de la casa
materna. Agarré el parche y me lo traje. No sé bien por qué, la verdad. Y recién,
cuando me fui a despedir, ahí parada, se me ocurrió dejárselo a la abuela. Me
pareció un lindo gesto. ¿Vio que la gente no sabe comportarse en estas
situaciones? Yo tampoco.
Ahí es
cuando me vio usted. Dejándole un parche pirata a mi abuela. Definitivamente
debo haberle parecido una loca. ¿Usted era amiga de ella? A los más jóvenes los
tengo: primos, vecinos; pero hay muchas señoras que no conozco. Otro que ni
idea, es ese tipo que acaba de entrar. Al parecer a mi vieja le suena; no deja
de mirarlo.
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