El dragón escupe fuego sobre mi cabeza. Me agacho, aterrado de que se
chamusquen mis escasos cabellos. Cuando la llamarada se extingue, el dragón se
retira y la oscuridad invade la cueva. Prendo mi linterna y un diminuto haz de
luz ilumina una pequeña porción de universo delante de mí. El mundo puede ser
una esfera; o plano y circular, flotando sobre cuatro elefantes posados encima de una
gigante tortuga que flota en el espacio, impaciente de llegar al fin de la
galaxia. No sé. No me interesa. Sigo caminando.
Romeo y Julieta mueren, más que por amor, por falta de comunicación.
Escribo entonces en las paredes de la caverna: “Gabriel estuvo aquí. Ojo con el
dragón”.
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