jueves, 20 de agosto de 2015

La oveja negra

M´ijito, si a uté le ofrecen quel próximo sueño se le haga su vida real, ¿aceptaría?
La cuestión le sonó divertida, hasta lúdica: convertir un bello sueño en la satisfacción real de todas sus fantasías. Claro que también podría experimentar una horrible pesadilla, pero determinó, casi inmediatamente, que los riesgos siempre traen recompensas. Y que era difícil una vida peor que la suya. 
Sonrió y asintió. Vio a la tarotista frente a él sonreír y asentir a la vez.
Delo po´ seguro.
¿Eso es todo?- respondió divertido- ¿No hay encantamientos a la luz de la luna?
Uté ve mucha´ película´. Pa´ mañá ´tará hecho.

          Se encontró en su casa con horas del día por delante. Decidió entonces “inspirarse” y tratar de inclinar la balanza, a fin de convertir el resto de su vida en un sueño placentero. Totalmente convencido de la veracidad del presagio, pasó el resto del día visualizando riquezas y fama. Usó una buena cantidad de horas para mirar pornografía, admirando mujeres y envidiando hombres. Se preparó una suculenta cena de cordero con papas y vino, y repitió postre, tratando de enviar a su cerebro la mayor cantidad de estímulos positivos sobre los placeres de la vida. Se fue a la cama esperanzado, mañana su vida sería otra. Mejor.
Pasaron los minutos y la modorra no llegaba, tal vez demorada por la excitación frente a las posibilidades. Se levantó y tomó un vaso de leche tibia, pero le supo fea: de gusto metálico y salado. Volvió a la cama  y decidió intentar el clásico de los insomnes que no toman drogas para dormir: contar ovejas.
Cerró los ojos e imaginó una pradera verde y soleada, con una pequeña cerca de piedra cruzándola perpendicularmente. Desde la derecha de la imagen comenzaron a llegar ovejas: en fila, blancas y esponjosas. Llegaban sumisas a la cerca, daban un pequeño salto y caminando un poco más desaparecían del plano por la izquierda. Las ovejas pasaban, una tras otra, pero ninguna traía el sueño. Tratando de mejorar el ambiente transformó el día en noche cerrada, pero no parecía ayudar: los ovinos, tan insomnes como él, continuaban la peregrinación. De pronto, entre los clones de lana pálida, apareció una oveja negra, casi disimulada en la oscuridad. Se acercó a la cerca y cuando le tocó el turno se negó a saltar al otro lado. Las ovejas detrás comenzaron a amontonarse, quejándose y esperando su oportunidad. La pradera comenzó a transformarse en un páramo de un lado y en una nube ruidosa del otro, con un punto negro que arruinaba el uniforme paisaje blanco. Se esforzó en hacer saltar al miembro diferente de su ganado; no le gustaba el tono ominoso de la situación, lo ponía nervioso y lo alejaba más de la narcosis. Intentó enviar una poderosa orden mental y en ese momento todas las ovejas callaron, la pradera helada de silencio. La oveja negra lo miró, rompiendo la cuarta pared onírica, y baló:
Beeeeeh

Abrió los ojos. Estaba en su habitación. Se sintió un tonto por esperar algo, claramente todo era una…
¿Estás bien, amor?- dijo una voz a su lado.
Giró en la cama y se encontró con su actriz favorita, acostada junto a él. Al parecer habían dormido juntos y ella hablaba perfecto castellano.
¡Funcionó!
Se inclinó a besarla, pero su compañera le puso con suavidad una mano en el pecho y dijo dulcemente:
¿No me traerías un vaso de agua? Me muero de sed. Yo te espero acá, lista para vos.
Se levantó de un salto. ¡Por fin todo salía como quería! Salió de la habitación, y apenas pasó al otro lado la puerta se cerró de un golpe.
Su comedor, con la pequeña mesa y el sillón donde pasaba horas frente al televisor habían desaparecido. Se encontraba en una terminal de ómnibus desierta, un micro solitario esperando en una de las plataformas con el motor en marcha. Tratando de controlar una naciente sensación de inquietud, pensó: “¡Bueno, un viaje; perfecto!”. Quiso subir al bus, pero por alguna razón no podía, algo lo frenaba en la puerta. La cortina se corrió en una de las ventanillas y vio a su madre, joven, como cuando él era niño, que lo saludaba con la mano y le mandaba un beso. La puerta del micro se cerró con un silbido, el vehículo dio marcha atrás y empezó a alejarse por la calle. Lo persiguió, pero por más rápido que corría este se alejaba más y más.
Frustrado lanzó un insulto y sintió algo suelto dentro de su boca. Lo pasó de un lado a otro con la lengua, tratando de reconocerlo, y lo escupió a la mano.
Un diente.
No llegó a espantarse del todo que sintió al resto de los dientes suicidándose desde las encías. Casi se ahoga al intentar gritar. El asco le nació desde el estómago y vomitó dientes y trozos de cordero sobre la calle de la terminal. Las piezas dentarias rebotaban exageradas en el asfalto. Una saltó lejos y pegó en un zapato, uno ridículamente largo y de color rojo. Levantó la vista y vio al payaso. Parecía haber pasado los últimos meses pudriéndose en un basural: su traje de arlequín estaba rasgado y lleno de manchas; el pelo verdoso y sucio, y el maquillaje corrido; la nariz humana, hinchada y con los capilares reventados, lograba el efecto circense. Lo único que podía envidiar del horrendo personaje era su sonrisa: tenía todos los dientes y eran enormes. El bufón inclinó la cabeza hacia un lado, amplió la mueca y empezó a correr en su dirección. Intentó huir, pero aunque movía las piernas con vehemencia no parecía desplazarse del lugar. Cada vez que miraba hacia atrás, su perseguidor se acercaba. La tortura parecía infinita, el payaso había empezado la persecución a pocos metros de él, sin embargo aún no lo había alcanzado. De todas formas sabía que si dejaba de correr estaba perdido.
Se zambulló en una puerta giratoria de la terminal, el colorido monstruo en el compartimiento anterior al suyo jadeaba, demente. Entró al enorme hall y notó que estaba lleno de sus antiguos compañeros de primaria. Ellos aún se veían como niños, como en la época en la que le cantaban: loco, torpe, tonto y chiflado; no me sorprende que te hayan abandonado. Todos se pararon sobre los asientos, lo señalaron y comenzaron a reír. Miró hacia abajo y notó por primera vez que estaba en ropa interior. Comenzó a llorar. Multiplicada por las lágrimas vio una puerta del otro lado del hall; sobre el marco, en grandes letras verdes, la palabra SALIDA. Se lanzó hacia allá, sintiendo que corría bajo el agua; sus piernas luchaban con cada zancada para apenas moverlo. Los calzoncillos mojados, el corazón latiéndole sin respiro y el payaso aun pisándole los talones. La risa de sus compañeritos invadía el ambiente. Llegó a la puerta y la abrió de un tirón: del otro lado, nada. Un vacío negro que parecía comerse la luz del hall. No tenía tiempo para pensar. El payaso le rozó la espalda con un dedo putrefacto cuando dio el salto y entró en la oscuridad.
Se sintió caer. Intentó gritar, pero el alarido quedaba atrapado en una telaraña de angustia en el medio del pecho. Temblaba de pies a cabeza. Todo había salido mal, sus ilusiones se transformaron en miedos; se apilaron y mutaron, como ovejas frustradas por un tipo consiente de tiniebla. Sintió que la caída se aceleraba, estaba por chocar con el fondo. Se hizo una bola, abrazando las rodillas y se preparó para lo peor.
Abrió los ojos. Seguía en su habitación.
Miró alrededor: estaba solo. Se tocó la boca: tenía todos los dientes. Soltó una mezcla de suspiro y llanto agradecido. Se levantó y salió del cuarto. En el sillón del comedor, el payaso lo esperaba sonriendo:
No deberías haber comido tanto antes de acostarte, ¿no sabías que te puede dar pesadillas?- dijo y dio un salto, abalanzándose sobre él.
           
Se agitaba en la cama, el cuerpo cubierto de sudor, los párpados apretados fuertemente. Estaba atado de pies y manos, con unas correas de cuero que le impedían caerse o lastimarse a sí mismo. El médico llegó con un rebaño de pacientes, se dio vuelta y enunció:
El paciente sufre de imaginación hipnagógica con gran contenido de terror, la cual es propia de la esquizofrenia en la entrada al sueño. Los pacientes con este padecimiento relatan que habitualmente sufren una especie de alucinación, donde, en forma de dilema, de alternativa, deciden si continuar luchando o hundirse definitivamente en la locura.  Por lo que podemos inferir por la hiperhidrosis, el M.O.R. y el claro sufrimiento a la hora del sueño, este paciente eligió erróneamente.

Los estudiantes garabatearon sus planillas y siguieron adelante, el dato disuelto en una masa de apellidos, información y lecciones frescas. Apenas médico y alumnos se perdieron en la esquina de la sala, una oveja, negra como la noche en la pradera, salió de debajo de la cama. Se acercó a la cabecera, se encaramó en esta y acercando el hocico al oído del paciente comenzó a balar con suavidad.

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