martes, 21 de noviembre de 2017

El simulador de realidades


Ramiro daba un par de pasos, la mirada al frente, los puños apretados. Luego frenaba y miraba alrededor, parándose alternadamente sobre un pie o el otro. Repetía esa rutina cada media cuadra. Las fuerzas que había juntado frente a su espejo por meses, flaqueaban con cada paso que daba hacia el teatro.
Cuando aún faltaban unas cuadras para llegar se detuvo definitivamente. Tomó aire y lo soltó en forma de sollozo. Un mechón de pelo le cayó sobre la frente, la ropa se había empapado de sudor. La mochila en su espalda le pesaba una tonelada. Dio la vuelta, dispuesto a regresar por donde vino, cuando vio que en la vereda de enfrente salían chispas, luces y humo desde atrás de un conteiner de basura. Un ruido ominoso, como una especie de trueno, enmarcaba la escena. Ramiro se descolgó la mochila de un hombro y dio un paso hacia el espectáculo, que concluyó en ese momento, igual de abrupto que había empezado. Una persona salió desde atrás del conteiner y cruzó la calle sonriendo.
“¡Qué genial! Tengo que acordarme de recomendar esta agencia.” Fijó la  vista en Ramiro y agregó: “Wow, no puedo creerlo, tan joven…”
“¿Disculpe?”
El desconocido tendría unos 20 años más que Ramiro y, aunque con arrugas y pelo canoso y escaso, era parecido a este. Vestía un tanto fuera de lugar: zapatos plateados, pantalones oscuros de una especie de tele sintética brillante y una camisa verde fluorescente. Unos anteojos gruesos con una luz parpadeante en el puente completaban el atuendo. El extraño preguntó:
“¿Ramiro?”
“Sí.”
“¿Hoy es 15 de septiembre…”
“Ajá.”
“… del 2018?”
Ramiro inclinó la cabeza a un lado y no respondió. El desconocido volvió a preguntar:
“¿Vas al teatro Cervantes? ¿A la prueba para Rabia?”
Ramiro abrió mucho los ojos y dio un paso atrás. Se sacó completamente la mochila y la puso entre el extraño y él.
“Eso es de mi incumbencia, señor. De alguna forma, sabe quién soy yo. ¿Y usted es…?”
El extraño suspiró y dijo:
“Esto va a sonar totalmente desquiciado, pero te pido tengas la mente abierta como sé que sos capaz. Que soy capaz. Que somos capaces.” Sonrió. “Soy… soy vos. Soy Ramiro, pero del futuro. Vengo del año 2036  a mejorarnos la vida. Hoy, sí o sí, no podes echarte atrás. Tenés que ir al teatro.”

Ramiro reemplazó el gesto de precaución y miedo, por uno de fastidio.
“Muy gracioso,” dijo y comenzó a alejarse.
“¡Es en serio!,” gritó el extraño. Ramiro lo ignoró y siguió caminando. “Ya es el tercer año desde ese “no” que nos dolió tanto. La tercera vez consecutiva, desde ese momento, que nos preparamos 365 días para abandonar a último momento, frustrados e impotentes.”
Ramiro quedó clavado en el lugar por un momento, giró y miró al extraño, con los ojos entrecerrados.
“¿Cuándo es mi cumpleaños?”
“Nuestro cumpleaños. El 2 de febrero.”
“¿De qué año?”
“1983, claro.”
“¿Cómo se llamaba mi mascota cuando era chico?” Lanzaba las preguntas sin pausa, intentando hacer que el extraño tropiece.
El extraño sonrió, la vista perdida.
“Bonnie. Una pequinesa con un carácter de mierda que le mov…
“… movía la cola sólo a la comida,” terminó Ramiro. Del gesto de fastidio se asomó una sonrisa quebrada. El extraño, envalentonado, siguió:
“Nuestra esposa se llama Ana, pero le decimos Ninita. Vimos Rabia por primera vez en el teatro Océano, con mamá, cuando teníamos 9 años. Papá se había ido ya hacía 5. Esa obra nos cambió la vida. ¡Tenés que creerme!”
Ramiro se acercó, curioso, estudiando las facciones del extraño.
“¿Entonces, estás al tanto de lo de hoy?”
“¡Claro, vengo a convencerte de que vayas!” dijo el viajero del tiempo y le apoyó una mano en el hombro. Ramiro se echó hacia atrás pero sin convicción; la versión del futuro sonrió y apretó el agarre amistoso. “Como imaginarás por mi visita, no vamos al teatro hoy. Una cuadra antes de llegar damos la vuelta y volvemos a casa. Eso nos persigue desde entonces. Jamás volvemos a probar.”
Ramiro miró al extraño directo a los ojos, buscando trazos de burla. Este mantenía una sonrisa confiada, como sólo alguien que sabe que va a pasar podría. Exudaba la determinación que a Ramiro le faltaba, la seguridad que escaseó cada vez que intentó presentarse al teatro luego de esa audición estrepitosamente fallida años atrás. Suspiró otro sollozo, bajó la vista y dijo:
“Siento que voy a llegar y me voy a acobardar, o voy a intentar a medias y hacer todo mal.”
“Tenés que atreverte.” El extraño volvió a apretar el hombro de Ramiro y con la otra mano suavemente le levantó la barbilla, mirándolo a los ojos.
“¿Lo harías si puedo asegurarte que sale todo bien?”
“¿Cómo podrías hacer eso?”
“Porque lo vi.”
El extraño notó en los ojos de Ramiro una lucha entre el amparo de la suspicacia y el deseo de creerle.
“En el futuro existe una especie de simulador de realidades,” dijo. “No recuerdo el nombre real. Es un aparato bastante sencillo, uno fija una fecha en el tiempo y hace la pregunta: “¿qué hubiera pasado si…?” Y el simulador nos muestra la ucronía.  Y si hubiésemos ido hoy a esa reunión nuestra vida hubiera sido muy diferente.”
“¿Y ese simulador te mostró que pasa si voy al teatro?”
“Claro.”
“¿Y lo viste?”
“¿Qué si lo vi? ¡Seríamos famosos! Todo el mundo hablaría de nosotros, nuestra cara en todos los diarios…”
Ramiro volvió a bajar la vista, turbado. Echó el cuerpo hacia atrás y se soltó del agarre del viajero.
“¡Vamos, no nos pongamos así! No es algo malo. No podemos dejar que un rechazo de hace años nos siga torturando impunemente.”
Ramiro lo miró a los ojos. “Eso es cierto.”
“Y déjame decirnos algo: aun con todo ese revuelo posterior, los periodistas y las cámaras, mi parte favorita, la que más disfruté de toda la simulación, fue esa sensación de justicia que nos va a dejar la visita al teatro.”
Ramiro suavizó la mirada finalmente y dijo:
“¿Sos yo?”
El extraño sonrió, mostrando dos hileras de dientes perfectos.
“Soy vos.”

- - o - -

El estudio de televisión se elevaba en forma de anfiteatro y estaba atestado de personas que aplaudían a rabiar. En el piso, un hombre alto y sonriente, de traje color vino y camisa blanca sin corbata, saludaba a los espectadores gritándole a un micrófono:
“¡Bienvenidos a Sueños y Más!”
El piso estaba cubierto por un dibujo de una cara sonriente y contra el fondo del estudio una pantalla gigante mostraba a Ramiro y a su versión del futuro conversando. Dos sillones individuales de terciopelo rojo completaban el decorado. En uno de ellos se veía sentada a una mujer. Tendría unos 30 años, pelo graso, y un vestido elegante, pero gastado. Miraba la escena entre maravillada y aterrada. Cuando los aplausos cedieron, el conductor le habló a una de las cámaras:
“¿Vieron lo que es el programa que tenemos para ustedes hoy? ¡No solo vamos a cumplir un sueño, en Vivo, también viajamos en el tiempo!”
Carcajadas de parte de la audiencia. La mujer del sillón sonrió, mientras su cara se oscurecía de vergüenza.
“Para el sueño de hoy nos acompaña Ana. ¡Ninita! La esposa de Ramiro, que fue quien nos contactó para sorprender a su esposo. ¡Por favor, démosle un gran aplauso!
La gente volvió a aplaudir. El conductor se acercó al sillón y ofreció su mano a la mujer, que la tomó y se puso de pie, saludando con timidez. Cuando los aplausos se apagaron, ambos tomaron asiento. El conductor cruzó las piernas y puso las manos sobre la rodilla. Ana permaneció muy derecha, sin tocar el respaldo.
“Ana, bienvenida.”
“Muchas gracias.”
“Creo que vendría al caso aclarar un poco lo que acabamos de ver, ¿no te parece?  Por favor, contanos un poco de Ramiro y de su fascinación por la ficción y el teatro.”
“Bueno… sí, Ramiro es… una persona… especial. Siempre lo fascinó la ciencia ficción. Es fanático del espacio, los aliens, los robots…”
“¿… y los viajes en el tiempo?,” cortó divertido el presentador.
“Sí, exacto,” respondió Ana.
La tribuna soltó una risita comprensiva.
La pantalla gigante mostraba a Ramiro caminando con el extraño hacia el teatro mientras charlaban animadamente. El conductor hizo un gesto y desde el control le dieron volumen a la conversación:
. "Fácil,” decía el extraño, “tenemos aerodeslizadores. ¡Finalmente los inventaron!”
En ese momento el público vio a  Ramiro desde los ojos de su compañero. Los anteojos de este eran una cámara que complementaba las ocultas por la ciudad para seguir a todos lados el desarrollo de las acciones. Ramiro se veía un tanto distorsionado, como visto desde un ojo de pez. Sonrió con dientes convexos, fascinado, y dijo: “¡Increíble!”
El conductor miró la cámara en el estudio:
“Ya lo ven, queridos amigos, tenemos un loquito de la fantasía en nuestras manos.”
El público rio fuerte. Enfocaron a la esposa, que sonrió educada.
“Perdón, Ana, por favor, seguinos contando.”
“Está bien. Ramiro estaba tan metido en el tema, que un terapeuta le sugirió actuar, a fin de… sublimar esa creatividad. Tal vez con la esperanza de que, de a poco, se fueran transformando esos anhelos fantásticos en lo que realmente son: ficción.”
“Y entonces empezó a actuar.”
“Exacto. Pequeñas obras en teatros barriales o extra en alguna que otra publicidad.”
“¿Y donde entra Rabia en todo esto? Una obra un tanto fuerte.”
“Ramiro vio la obra con la madre cuando era chico y quedó fascinado. Siempre que lo cuenta lo imagino con los ojos bien abiertos mirando a los actores, soñando alguna vez estar en su lugar; y a mi suegra al lado, agarrándolo de la mano, dándole confianza, mostrando que ella siempre iba a estar para cuidarlo.”
“¡Qué gran mujer! Tengo entendido que hizo de madre y de padre. ¿Cómo es tu relación con ella?”
“Falleció unos años antes que yo conociera a Ramiro. Tuvo un accidente en la casa.”
“Oh, que tristeza,” exclama el conductor, mirando a cámara. El público suelta un “oh” compasivo. Ana sigue el relato, ignorando las reacciones:
“Hace tres años Ramiro se enteró que volverían a producir Rabia. Estaba como loco. Aún recuerdo cuando llegó a casa, trastornado con la noticia. Se preparó por semanas, repetía los diálogos frente al espejo, me involucraba en las escenas, representaba partes de la obra alrededor mío, riendo de placer, la pasión enferma del protagonista en los ojos. Llegó el día y fuimos al teatro. Iba al trote, me costaba seguirle el paso. Y, bueno, se presentó y no quedó.
Nuevo “oh” de parte de la tribuna. El conductor apoya una mano en la rodilla de Ana y menciona:
“Pero nunca se rindió.”
“Bueno… sí y no. Todos los años hay nuevos castings. Ramiro se prepara incansablemente, pero cada vez que está por presentarse se arrepiente. Tiene períodos en los que ensaya sin parar y otros en los que  se encierra en su habitación y solo sale a comer, a trabajar, aunque falta mucho, y al baño. Cuando me despierto duerme, cuando me voy a acostar ya está dormido. Durante el día trato de no entrar al cuarto para no molestarlo. Ese rechazo lo marcó. Cada vez que vuelve del teatro sin siquiera haberse animado está peor. Intenté convencerlo cientos de veces, que al menos pruebe, pero es muy testarudo. Nunca pude.”
En la pantalla, el extraño abrazó a Ramiro, que sonrió tímidamente. El conductor aprovechó la imagen para comentar:
“Al parecer nadie podía convencerlo… más que él mismo.”
El público aplaudió complacido. La pantalla del estudio se dividió y, además de la caminata al teatro, mostró un video del actor que hacía de Ramiro del futuro, maquillándose en un camarín. En cámara rápida pasó de un hombre de rasgos similares, a una versión precisa pero avejentada de Ramiro. La escena cambió y ahora se lo veía sentado con Ana, que le mostraba fotos y escribía en un pizarrón datos personales de su esposo. El actor tomaba notas concentrado.
“Genial el detalle de la mascota, Ana,” comentó el conductor.
“Muchas gracias,” respondió cohibida. “En fin, si bien me dijo que este año sería distinto, me contacté con ustedes para que puedan ayudarlo.”
El conductor se paró y miró a la audiencia.
“Para eso estamos, ¿no? De eso se trata “Sueños y Más,” de ayudar a la gente a cumplir sus anhelos. Y para ello, tenemos una gran sorpresa.”
            En el sector de la pantalla donde se veía a Ana preparando al actor, apareció un pequeño grupo de gente en los primeros asientos de un teatro vacío y en penumbras. El conductor gritó:
“¡Damas y caballero, saludemos a Esteban Rey, el creador de Rabia!”
El público del estudio aplaudió de pie. En el teatro, un anciano de cara redonda y barba blanca se puso de pie y saludó a la cámara. El conductor le habló con veneración.
“Estimado Esteban, es un gran placer. Muchas gracias por ser parte de eso.”
“Por favor, también es un placer para mi poder ayudar a un admirador tan grande de mi obra,” respondió el hombre de teatro. “Pude acceder a una grabación de la prueba de Ramiro hace tres años y me pareció… excéntrica, pero buena. Tal vez el director que teníamos en esa época no pudo ver lo que había debajo de este particular muchacho. Así que hoy no le tomaremos una prueba, directamente queremos darle la posibilidad de ser parte de la troupe de este año.”
La gente ovacionó a los gritos, Ana se cubrió la boca con las manos y lloraba en silencio. El conductor miró a la cámara y asintió, como diciendo “lo logramos.” Mientras el creador de la obra sonreía, escuchando los aplausos del estudio en un audífono, una de las cámaras de exteriores enfocaba a  Ramiro y al actor cruzando la calle. En la vereda de enfrente se veía un edificio antiguo y un cartel sobre una refinada marquesina anunciaba “Teatro Cervantes.” Esteban Rey continuó:
            “Como les comentaba, estoy acá con mi equipo de producción, el nuevo director de la obra, y los alumnos de la escuela de actuación Hernán Díaz, para disfrutar la prueba de este diamante en bruto, de este gran actor que es Ramiro, porque como todos sabemos…”
En ese momento el conductor hizo un gesto. Se silenció el monólogo y el audio de la otra parte de la pantalla, que mostraba a Ramiro desde los ojos del actor, ambos parados en la puerta del teatro, inundó el estudio.
“Llegó la hora,” decía el actor, apoyando nuevamente su mano en el hombro de Ramiro. Este no lo miraba, tenía los ojos clavados en la puerta. “Antes no entrabamos. Nos acobardábamos, dábamos media vuelta y volvíamos a casa. Ninita nos veía entrar hechos una piltrafa. No salíamos de la cama en una semana. Reescribamos la historia, ¿te parece?”
Ramiro miró al actor y sonrió, los dientes distorsionados equinamente, apuntando a la cámara. Entrecerró los ojos e inclinó la cabeza hacia un lado.
“¿Desde cuándo importa lo que piensa Ninita?”
El público se removió incómodo en sus asientos. Ana bajó la mirada. La cámara del estudio enfocó al conductor, pero volvió a exteriores al ver que este no sonreía. El actor carraspeó. Ramiro se mantuvo serio un segundo más y lanzó una carcajada.
“Te jodo. ¡Nos jodo! No podría estar más convencido.”
Entraron al teatro. En la parte baja de la pantalla del estudio apareció sobreimpresa la frase: RAMIRO ESTÁ A PASOS DE SU SUEÑO.
El actor hizo un gesto disimulado a la gente de seguridad, que los dejó pasar, y abrió una puerta de emergencia. Entraron a un pasillo, posters de obras de distintas épocas colgaban enmarcados. Ramiro caminaba a paso rápido, casi corriendo. La gente en sus casas y en la pantalla gigante del estudio veía la escena saltar por el esfuerzo que hacía el actor para seguirle el paso.
El corredor los dejó en el fondo de la sala. De un lado los camarines, del otro el escenario.
“¿Vas a cambiarte?,” preguntó el actor.
“No es necesario,” respondió Ramiro y se encaminó al tablado.
La gente en sus pantallas quebradas vio por última vez a Esteban Rey, junto con varias personalidades del mundo del teatro y una decena de estudiantes, esperando sonrientes la aparición del invitado estrella, luego la imagen se unificó en Ramiro, que se detuvo a centímetros del escenario, aun al amparo del telón y dijo a nadie en particular:
“Estos hijos de puta ya van a ver lo que es bueno.”
En el estudio la gente dio un pequeño grito de sorpresa y rio incómoda. El conductor más tarde declararía que estuvo a punto de intervenir, pidiéndole al actor que impidiera de alguna forma que Ramiro saliera al escenario y que desistió por no saber qué decir o cómo justificarlo en medio de un programa en vivo. El actor respondió:
“Eh… exacto. Mostrémosle quien manda.”
En ese momento definitivo, la esposa, el conductor, la gente de la tribuna y los cientos de miles de televidentes en sus casas vieron, a través de los ojos del actor, como Ramiro se descolgaba la mochila, la abría, sacaba un arma y, mientras se daba vuelta, mostrando una sonrisa deforme al mundo, creía decirse a sí mismo:
“¿Listo para disfrutar nuestra parte favorita?”

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