lunes, 27 de noviembre de 2017

09:53

Germán se toca el bolsillo del traje por milésima vez, como si el contenido se hubiese esfumado por arte de magia entre Azcuénaga y Pasteur. Sigue ahí. Cualquiera que lo ve hacer el gesto, llevándose una mano a la izquierda del pecho con expresión  preocupada, podría pensar que el joven teme por su corazón.
No, pero un poco sí.
Le dedica una mirada rápida a la colosal estructura del Hospital de Clínicas, sin saber que en un rato pasará ahí los últimos minutos de su vida, y dobla a la derecha. Hace frío pero hay sol. El día perfecto para la decisión perfecta.
Ya está cerca.

Analía chequea distraída los pendientes del fin de semana. Le cuesta concentrarse. En la oficina el clima es festivo: el piso está lleno de guirnaldas y globos, celebrando el centenario de la mutual, y todos charlan y reparten comida. Algunos comentan la final de ayer y siguen indignados por el dopping de Maradona de hace unas semanas. Sabe que Germán anda en algo raro. No raro mal, esos raros que te sacan una risa nerviosa y te hacen un nudo en la panza.
¿Qué va a pasar hoy?

A unos kilómetros, el hombre sube a la camioneta, mira hacia atrás, cerciorándose que la carga esté en orden, y pone el vehículo en marcha. Le abren el portón del garaje, se despide con solemnidad y, mientras sus compañeros dan gritos de fervor, sale a la calle.

Pasteur al seiscientos. Germán llega al edificio a las diez menos cuarto. Las cuatro letras sobre la imponente puerta lo reciben con promesas de bienestar, tradición y comunidad. Entra y llama al ascensor del hall. Las puertas se abren con un tintineo suave y musical. Se palpa el pecho y entra.

Analía ve a Germán entrar a la oficina buscándola con la mirada. Está usando un traje y se lo ve nervioso. Sus compañeros miran la escena, sonríen y cuchichean. Analía escucha la voz de su jefe desde atrás que le dice:
“¿Por qué no vas a desayunar afuera? Parece que tu novio te requiere.”

El hombre que terminaría con la vida de 85personas, arruinaría la de cientos de familiares y le cambiaría la cara a la sociedad llega a la esquina de Corrientes y Pasteur y dobla a la izquierda. Sabe que es lo correcto. Sabe que hay intereses tan sagrados como poderosos Maneja lento, respetando todas las leyes de tránsito, tratando de llamar lo menos posible la atención a su Traffic blanca cargada de explosivos.

El ascensor tortura a Germán con su lentitud. Tiene todo planeado: saldrían de ahí, caminarían charlando de la vida hasta La Biela, desayunarían, pediría el postre favorito de Analía y ahí, cuando todo estuviese hermoso y perfecto, haría la pregunta.

Analía sospecha los planes de Germán pero prefiere no decir nada para no arruinar la sorpresa. Además, si no es lo que piensa y se hace ilusiones en vano, sería el peor día de su vida. Salen al hall y de ahí a la calle. Al cruzar el umbral escucha varias bocinas.

A toda velocidad el hombre llega por Pasteur a la puerta del edificio, da un volantazo a la derecha y se sube a la vereda. Los pilotes llegarían más tarde y como consecuencia. Ahora la camioneta no encuentra resistencia alguna.

Germán ve que el conductor lo mira por un instante antes de chocar con la  entrada a la AMIA. Desea contarle de la sorpresa que lleva en el bolsillo, pedirle que le dé más tiempo. Es tarde. Inconscientemente cubre a Analía con parte de su cuerpo y con la mano se cubre el corazón, cerciorándose, ese último instante, que la cajita sigue ahí.
Analía siente un chillido de ruedas y ve una mancha blanca que se sube a la vereda. Germán se le viene encima, casi tropezando con ella. Ella se lleva el aroma de su perfume como último recuerdo.
El hombre se estrella contra el edificio. La camioneta detona.



No hay comentarios:

Publicar un comentario